Estamos en el coche cargando la batería del ordenador. Hace una noche agradable, casi de primavera. Los conejos revolotean muy cerca y la luna ilumina de forma especial todos los prados. Hay un convencimiento de estar vivos porque tenemos capacidad de poder ver, observar con detalle y sentir dentro de nosotros toda esa belleza que nos rodea. No hablamos de la belleza de este lugar especial, sino de esa belleza invisible que dota a todos los lugares de un significado profundo.
Hoy es uno de esos días en los que podríamos estar en cualquier parte y sentir el aroma de lo sublime, la esencia especial de todo cuanto nos rodea, la ternura del instante de vida. Un momento de inevitable reconciliación y reconexión, donde intuyes que hay algo más grande y poderoso que te anima, que te reclama, que te guía.
Reconocemos humildemente que andamos totalmente distraídos con el ajetreo diario, con las deudas, con los problemas cotidianos. Esta mañana terminábamos de instalar las últimas cañerías y nos preguntábamos qué hacíamos trabajando de fontaneros. Realmente había una respuesta muy sencilla. Nos sentíamos útiles a una causa mayor, a algo que se despliega en otra dimensión, a algo que nada tiene que ver con un beneficio material cortoplacista, un interés egoísta por obtener alguna recompensa o una satisfacción personal o meritoria por estar trabajando en cosas que en nada se parece a nuestras inquietudes. Pero sentimos esa llama, esa inequívoca llamada interior por hacer exactamente aquello que teníamos que hacer: colocar unas tuberías para el nuevo lavabo.
Quizás muchos intelectuales o personas inteligentes piensen que simplemente estábamos desperdiciando cierto talento en hacer cosas que no nos corresponden. Seguramente cualquier persona dotada de cierto sentido del rigor y el buen hacer podría estar pensando que deberíamos dotarnos de otros valores y dedicar nuestro tiempo a cosas que produzcan un mayor encuentro con el progreso, la luz o lo que sea. Sin embargo, esta mañana, y todas las mañanas de estos últimos meses, sentíamos que el verdadero valor de nuestro esfuerzo era estar haciendo justamente lo que hemos estado haciendo, ni más ni menos. La grandeza de esa certeza proviene de esa visión amplia e inspiradora de sabernos partícipes del halo de vida que todo lo recorre. Es simplemente jugar con los acontecimientos y entregarnos a lo que el destino quiere de nosotros. Si la vida hubiera preparado para nosotros un escenario bucólico, plagado de bienes y facilidades seguramente nos hubiera dotado de otro tipo de instrumentos más allá de la maza, sierras, llaves y demás herramientas típicas de la fontanería.
Realmente nada de eso importa. Lo que importa es la actitud de renuncia, de entrega a esa voluntad que desconocemos en su máximo esplendor pero que nos susurra desde la alegría y el humor. Había una canción, un murmuro en todo. Si tuviéramos que ponerle algún nombre diríamos que era el alma del instante comunicándose con sinfonía, en concierto. Como esa mano que se balancea en el aire intentando seguir el ritmo de la música. Como ese paso que se da con cierta gracia cuando la cadencia y el compás laten ahí dentro. Es esa música la que hace que nos levantemos todas las mañanas y agarremos con fuerza cualquier cosa que sea útil para la causa. Es eso que nos levanta con arrebato y pasión y nos dota de fuerza para seguir adelante. Midamos entonces ese esfuerzo, valoremos esa llamada y premiemos nuestra vida con ese festival. No hay mayor don y mayor gloria que hacer lo que uno quiere, desde el corazón, desde la libertad de entregarnos plenamente a los designios de nuestro interior. Aunque sea atornillar una tuerca o colocar una tubería. Si Dios existe, también es tuerca y tubería a la vez. Y si no existe, carguemos el ánimo con su fantasía inmortal.
¿Cómo medimos el valor de nuestro esfuerzo? Con el poder que tenga de hacernos sonreír y amar a la vida hagamos lo que hagamos, aceptando las derrotas y las victorias con la misma alegría, sumergiéndonos en el misterio que encierra toda nuestra poderosa existencia. Cuando te entregas a la vida, la vida explota en ti. Y la vida explota en nosotros constantemente aquí en las montañas, en los bosques, en el compartir.
(Foto: Luije y Roberto colocando tuberías en O Couso).
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Os felicito por vuestra constancia, valentía y sabiduría y os animo a seguir adelante en vuestro proyecto que es muy bonito.