Los voluntarios estamos aquí, esperando quizás el soplo de alguna llama interna que nos guíe por las veredas del servicio, de la acción, de la intuición grupal. Aguardamos en la penumbra, en la niebla, en el borde del camino alguna señal, ignorando a veces todas aquellas que desde lo más remoto aparecen a cada instante. A veces nos sentimos desorientados y repetimos una y otra vez aquel viejo mantra de siglos pasados. Amamos pero desde el desconocimiento, alejados de la raíz de aquello que nos fuerza a resumir en palabras una sabiduría necesaria. También amamos, o intentamos amar, sin voluntad alguna, esgrimiendo la responsabilidad en cosas superfluas. Aún así levantamos las piedras, limpiamos la casa, acogemos al peregrino y luchamos cada instante para que la belleza florezca en todas partes. Es posible que no sepamos hacerlo todo bien, pero lo intentamos, nos esforzamos todos los días, nos levantamos con ese ánimo de mejora.
El trabajo es arduo y a veces la pérdida de sentido es propia. Tras el cansancio de la jornada ignoramos que somos piezas de algo mayor, que servimos de engranaje de una malla aún más amplia que nuestra propia esfera de influencia. Requerimos de continuas advertencias, de guiño tras guiño para intentar comprender que el trabajo no es algo aislado, individual y temporal. A veces, en la noche oscura, nos cuesta entender que la búsqueda de sentido solo puede ser posible ante la actuación de aquellos que cabalgan juntos en un mismo viaje.
Hay un propósito oculto que está presto a ser aplicado de forma inteligente. Somos corresponsables de su empleo, de su puesta en marcha en el mundo real. Los trabajadores están ahí, esperando inmaduros la señal. Mientras, la potencia del trabajo corresponde a una necesidad que se agranda ante nuestro miedo y pesar. No es solo levantar una piedra o construir un gallinero. Es la intención que subyace en toda esa obra, en todo ese esfuerzo colectivo. Es la imagen que proyectamos hacia el futuro. Es la esperanza que colma de vida todo cuanto hacemos, por muy invisible que sea el gesto.
El mundo arquetípico espera, no tiene prisa por enfrentarse al mundo con diligencia y ecuanimidad. Es ese lugar de elevada inspiración y de luz donde las formas no producen sombra y por lo tanto, no existe confusión. Elevar nuestra mirada a esa visión más grande, más amplia, más profunda, requiere cierto entrenamiento, cierta disciplina. Pero también cierta voluntad de obrar hacia esas metas de amor y compasión hacia los seres sintientes. Esa misma necesidad de querer transformar y elevar las cosas bellas a un plano aún más abarcante, armónico y eficaz. Esa energía elevada que requiere atención plena, entrega y fuerza para arrancar de la inercia el esperado sueño.
Queremos y estamos dispuesto a ello. Sólo debemos empezar a recordar quienes somos, cual es el motivo real de nuestra vida y por qué avanzamos juntos en esta nodriza que tanto nos da. Podemos despertar al furor de la urgencia, podemos abrazar el inmanente sueño común y volver a sentir el roce suave de la esperanza. No solo es levantar una piedra tras otra… Es algo más, mucho más profundo.
Ya no es una ficción el poder hablar de un mundo nuevo. Es algo que sembró en la tierra del ayer y que se expresa tímido en los brotes del presente y sempiterno ahora. Ya es posible vivir para siempre en esa emoción. Tomemos un momento para rememorar la esencia de nuestro propósito interior y poder así expresarlo sin miedo, sin temor. Tomemos un momento para expresar libres esa gran propuesta.
Aquí, en O Couso, ya ha empezado la primera semana de experiencia, y a cada gesto, a cada paso, elevamos la mirada a ese compromiso vital, a esa apuesta por un mundo mejor. Estamos felices. Estamos alegres de poder compartir esa nueva buena.