Entre cables

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A las diez de la noche aún estábamos pelando cables y haciendo conectores para que la bomba del agua pudiera ser conectada cómodamente desde la cocina. Hasta ahora, y durante meses y meses y meses teníamos que montar un cirio cada vez que el agua del depósito se terminaba. Si hace sol y gracias a las placas solares, las cuales, por cierto, aún no están pagadas, tenemos que buscar en alguna parte de la finca la alargadera, enchufarla en la casa, destapar el depósito donde guardamos los conectores, extender los cincuenta metros, enchufar la bomba y luego correr para desconectar el agua cuando la cuba está llena. Lo mágico es que no pagamos agua ni luz eléctrica, pero hasta el día de hoy toda esa gratuidad de la naturaleza ha tenido un precio.

Cuando entra algo de dinero en la fundación tenemos que mirar con lupa en qué lo empleamos. Como últimamente no entra casi nada de dinero, nos esmeramos en poner de nuestra parte y ahorros para poder generar algo de recursos y poder mantener esta primera fase del proyecto a salvo de penurias. La mitad del dinero se va en comida y la otra mitad en reparaciones y mejoras para la casa. En estos primeros días de julio llegaron cien euros por un lado y otros cien que pusimos nosotros. No es mucho dinero, pero cada poco que gotea da para mucho. Los primeros los dedicamos a comprar algo de comida para los amigos que llegan en la próxima semana de experiencia, y los segundos cien los dedicamos al cableado para la instalación de la bomba, enchufes y algunos sacos de mortero para las juntas de las piedras centenarias, las cuales estamos embelleciendo para que la casa quede cada día más aislada. También compramos comida para los gatos y una botella de butano.

Hoy alguien, mientras miraba como pelábamos los cables y cables, preguntaba qué necesitábamos para que el proyecto estuviera culminado del todo. Le dijimos que aproximadamente unos veinte años más, pero luego, pensando fríamente, quizás fueran muchos más. Nos miró extrañado sin entender a qué nos referíamos. Creemos que este proyecto es como un ser que requiere, primero, crecer materialmente. Eso lleva un mínimo de siete años. Luego habrá que dotarlo de energía, de fuerza, para que crezca vivo y saludable. Otros siete. Y luego la parte emocional, la parte mental y por fin, ver como se manifiesta su alma y espíritu.

Lo hermoso de esta idea es que mientras estamos pelando cables a las diez de la noche somos sabedores de que todo lo que hacemos no es para nosotros, sino para una causa mayor. Esa causa, si es verdadera, si nace del alma, seguirá adelante. Si es un capricho pasajero de alguna personalidad desbordante, pronto se extinguirá. Vivir desapegados del resultado final nos hace disfrutar de las cosas doblemente. Es posible que nosotros no veamos nunca como termina esto. Si es así, nos habrá servido de entrenamiento y aprendizaje, nos habrá llenado de gozo la idea de pensar que hicimos lo que pudimos para que la gran obra continúe. Digamos que intuimos la necesidad espiritual de nuestro tiempo e hicimos lo posible por cumplir con nuestra parte, a sabiendas siempre de nuestras limitaciones.

Mañana seguiremos pelando cables o masajeando la piedra que otros disfrutarán. Será nuestro tributo como almas libres. Y quizás algún día seres de mayor consciencia hagan de este lugar un agradable jardín donde pasear en silencio y donde poder asombrarnos juntos de las maravillas de la vida. Quizás en la próxima semana de experiencia eso ya ocurra. Nosotros nos sentiremos satisfechos, pase lo que pase, y el tiempo, la oportunidad que se nos ha dado, nos entregaremos en todo lo que podamos, con nuestras limitaciones, pero también con nuestro anhelo y alegría.

(Foto:  a pesar del trabajo infinito que hay en el proyecto a todos los niveles, a veces también hay rato para el ocio. Aquí improvisando una partida de ping pong).

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