Intensidad, emoción, alegría, descubrimiento, admiración, energía, vida, sobre todo vida. Los últimos niños se marcharon ayer y la semana de experiencia con familia ha sido acogedora y cargada de emoción. Los niños siempre aportan esa dosis de locura a la vida que hace que el sentido último de todo cuanto nos rodea se resuma en sus ganas de expresar y compartir. Ahora que se han marchado todos sentimos una especie de vacío, como si faltara algo verdaderamente importante e imprescindible. Incluso el perro Geo está depresivo, sin comer y mirando melancólico el filo de la carretera por si esos niños que no han parado de jugar con él volvieran pronto, muy pronto.
O Couso tiene muchas cosas y muchas carencias. Pero cuando descubres que los niños prescinden de todo y hacen de cualquier momento un instante inolvidable abrazas el sentido de la existencia de forma diferente.
Al principio pensábamos preparar mil actividades, cosas que pudieran tener distraídos a los niños. ¡¡Qué gran error!! Por suerte no tuvimos tiempo de preparar nada y luego nos dimos cuenta de que los niños lo único que desean es improvisar a cada instante con un palo, con cualquier animalito, con alguna historia inventada. Aquí no necesitan estar distraídos, ellos forman parte del majestuoso paisaje y se integran a la perfección en el hilo vital. Se olvidan de las pantallas, de los estímulos constantes de la ciudad para integrarse completamente a la naturaleza.
Con esta experiencia nos hemos dado cuenta de lo sencillo que todo podría resultar si fuéramos como niños. Sus estímulos son variables como los ciclos, sus exigencias pueden ser atendidas con un poco de juego y atención, admirando cada descubrimiento, como cuando íbamos a la caza de tesoros y de repente encontrábamos un tornillo enterrado o una sencilla huella del pasado. Buscar insectos variados de la mano de Guillermo o ver como la niña Giomar estaba atenta a todos las necesidades de los mayores era suficiente motivación para luego soportar cualquier lloro o caída dolorosa. Los niños franco-nepalíes que habían venido desde muy lejos para estar con nosotros con sus padres estaban encantados a pesar de no hablar nuestro idioma. La más pequeñita marcaba diálogos imposibles de entender pero que sonrojaban nuestros rostros cargados de alegría y amor. El mayor, de apenas cinco años, disfrutaba ayudando a su padre a hacer muros de piedra. Pedro y Jimena son un tesoro de los que disfrutamos cada vez que vienen, y en esta ocasión sentíamos que ya forman parte de este inocente hogar. Y allí estaba la pequeña Marta, con apenas unos meses de vida y con tanta alegría en su rostro. Qué suerte la nuestra de haber podido disfrutar de su mágica presencia.
Y todos ellos nos hacían recordar a todos los niños que durante este intenso año han pasado por aquí. También especialmente a sus padres, como Eva y Jorge y sus dos hijos que por cuarta vez nos han visitado y han querido estar con nosotros todo el mes de julio.
Gracias de corazón por vuestra valentía, paciencia y generosidad. Gracias también a los que han disfrutado de la Semana Especial para Familias aunque vinieran solos o sin niños. Ha sido hermoso y estamos deseosos de repetir la experiencia el próximo verano.
Y a todos los que queráis venir, sed bienvenidos.
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Esperamos y deseamos visitaros en nuevas ocasiones. 😉