El sol y los vientos fríos del norte han atezado nuestra piel. Se ha hecho dura y robusta y cuando nos levantamos bien temprano por la mañana podemos sentir la intensidad del frío pero ahora, a diferencia de otros tiempos, lo soportamos con gallardía. Cuando vamos a la ermita y encendemos la vela nos damos cuenta de que no estamos aquí para buscar nuestra propia salvación. Dedicamos unos minutos a profundizar en nosotros, en nuestro estado de consciencia, meditando concentradamente sobre el puente que une nuestro ser tangible con nuestro yo intangible. En esa plenitud silenciosa acontecen algunos pensamientos, algunas emociones, algún tipo de vibración que nos hace entonar una nota especial. Sentimos la luz, aún con los ojos cerrados, de la vela que acompaña nuestros silencios. Escuchamos atentos el concierto sinfónico que todos los días nos ofrecen los cientos de pajarillos que surcan estos bosques. Respiramos el aire gélido con una paz inusual, con un estallido de vida que nos acompaña durante todo el día.
Luego salimos silenciosos de la ermita. Solemos ir despacio, aún soñolientos, hacia el lugar donde las gallinas esperan impacientes al nuevo día. Les abrimos la puerta y salen corriendo a la búsqueda de su propia luz, del verde de la hierba, del paraíso de la vida. Nos siguen durante los primeros pasos y luego se esparcen por toda la finca para encontrar los tesoros que la tierra les tiene reservados. Son unos seres bellísimos y cada mañana, cuando las vemos, nos interrogamos sobre el trato que los humanos ejercemos en sus débiles vidas. Aquí son afortunadas. Vivirán todo el tiempo del mundo sin temor a nada. Protegidas por la paz del lugar, por el respeto a la vida y por la hermandad hacia los más débiles, nuestros hermanos animales. Durante el día vagarán libres por los prados y bosques y luego, al caer la tarde, regresarán a su lecho de descanso. Volveremos a cerrar la puerta y descansarán en dulce sueño hasta la próxima jornada.
Hoy todos estos gestos, todos estos instantes de compartir la vida cotidiana los hemos hecho con una consciencia diferente. Cumplíamos dos años de existencia en este bello lugar. Sentíamos la necesidad de celebrarlo y lo hemos hecho de una forma especial, sencilla, cariñosa, amable. Había alegría, emoción, palpitación, gozo y felicidad. El desayuno y la comida estaban cargados de algo contagioso. Los paseos en un día lleno de luz tenían un tono especial. Dos años en los bosques, dos años recibiendo la mística del lugar, respirando el sentido profundo de las cosas sencillas. Sin mayor aspiración que la de compartir esta belleza. Sin mayor pretensión que la de ser humildes amigos de esas gallinas que nos esperan todas las mañanas para que abramos las puertas hacia la luz.
Nuestra guía es la fe inquebrantable de todo cuanto aquí sucede. La magia de lo cotidiano, de lo sencillo, de lo raso y sincero. No tenemos grandes pretensiones más allá de poder encender todos los días esa vela para reencontrarnos con el misterio. No tenemos mayores ambiciones que las de poder seguir creyendo en el ser humano. Esta es nuestra casa, pero también la casa de todos. Un lugar abierto a los corazones sedientos, un lugar diferente para los buscadores de fraternidad. Somos sencillos en un mundo complejo y sentimos como la vida cotidiana llena nuestras vidas.
Sí, dos años aquí, en O Couso. Felices, juntos, hermanados en el lazo místico.
2 Comments
Os felicito por vuestra vida. Lo estáis haciendo muy bien. Sois la avanzadilla de lo que todos los humanos necesitamos que es vivir con conciencia, en nuestro ser.
Enhorabuena, dos años y tantas experiencias y crecimiento interior… Nos servís de ejemplo y apoyo a los que estamos aún replanteándonos muchas cosas… ¡¡Cumpleaños feliz!!