«Todo el mundo debe recibir con caridad y respeto a los peregrinos, ricos o pobres, que vuelven o se dirigen al solar de Santiago, pues todo el que los reciba y hospede con esmero, tendrá como huésped, no sólo a Santiago, sino también al mismo Señor; según sus palabras en el evangelio: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquél que me ha enviado». Por lo que se debe saber que los peregrinos, pobres o ricos, tienen derecho a la hospitalidad y a una acogida respetuosa«. Aymeric Picaud, Liber Peregrinationis.
En la Odisea, para Homero, «los dioses recorren las ciudades, en forma de mortales, observando quienes son los que tratan con violencia y quienes los que reciben con bondad a los forasteros«. Antiguamente, en la ruta xacobea, era normal la asistencia a los peregrinos del Camino en lo que se llamaba y conocía como hospitales. Eran los xenodochium, llamados así en latín, centros de beneficencia que recogían a peregrinos, muchas veces pobres y enfermos. Estos hospitales eran casas de reposo, albergue y cobijo que reunía a transeuntes y extranjeros que intentaban llegar a la tumba del apóstol. Allí les daban una cama, les lavaban los pies y la cabeza y les ofrecían en caridad alimento abundante para que pudieran continuar su viaje. En la Edad Media estos refugios eran abundantes y normalmente eran regentados y promocionados por órdenes monásticas.
Nuestra pequeña y humilde casa de acogida pretende rememorar esos antiguos hospitales donde se le daba refugio al peregrino del camino. Hoy día lo intentamos hacer de la mejor manera ya no tan solo con los peregrinos del Camino de Santiago, sino también con aquellos peregrinos del alma o de la vida que muchas veces llegan a nosotros desorientados, cansados o enfermos. Nuestra intención vital es acompañarlos en sus procesos, darles un lugar caliente donde reposar y alimento abundante para que puedan continuar su tarea en la vida. Pero nuestro alimento no se limita al pan en la mesa, sino también al cariño, a la sonrisa, al paseo entre castaños y abedules o a la escucha activa.
Los refugios medievales estaban puestos al servicio del peregrino de forma gratuita, siendo los propios impulsores de los mismos quien corría con los gastos. Esa es también nuestra filosofía, a sabiendas de que no todo el mundo tiene medios para poder pagarse una curación tan precisa y delicada.
El concepto de dar, o de don, es difícil de comprender. Unos dan las migajas que caen de su mesa al suelo, otros parten en dos el pan y le dan la mitad a quien tienen al lado, pero difícilmente a un desconocido. Darlo todo, especialmente aquello que tiene que ver ya no con lo material, sino con los dones espirituales, al desconocido, al extraño, al extranjero que pernocta en nuestra casa, es una tarea compleja. Sobre todo si lo haces sin pedir nada a cambio.
Qué concepto más extraño hoy día. Algo que casi nadie comprende y que muchos que se acercan por aquí incluso tientan a criticar y despreciar. “Hay que cobrar, pues la gente no es agradecida”, nos suelen decir. Pero no entienden que nosotros no esperamos tal agradecimiento, ni tacto, ni ningún tipo de moneda de cambio. Sólo damos sin esperar nada a cambio. Somos como los antiguos hospitaleros. Atendemos a los pobres, a veces de espíritu, y atendemos a los enfermos, a veces del alma, para que puedan tener cobijo y acompañamiento. Esa es nuestra tarea, y por eso estamos aquí, de voluntarios, dando lo mejor que podemos de nosotros mismos, y de nuevo, sin esperar nada a cambio. Como decía la antigua regla: «Que a los peregrinos se les saldrá a recibir con muestra de sincera caridad, saludándoles con una humildad profunda«. Que así sea.
(Foto: hoy hemos recibido la fosa séptica, un gran paso, tras tres años sin sanitarios en O Couso).