Hace unos días volvimos de O Couso, una ecoaldea en el interior de Lugo, Galicia.
O Couso es una ecoaldea diferente. Para empezar, no es una aldea porque solo hay un edificio, donde todos vivimos en comunidad y en habitaciones compartidas. Al contrario que en muchas ecoaldeas, la comunidad en O Couso es transitoria: como nosotros, la gente va y viene, quedándose unos días, semanas o meses, aunque hay algunas figuras más habituales por allí, que velan porque se mantenga la armonía y el espíritu del proyecto, y otras que repiten año tras año, porque O Couso siempre tiene algo nuevo que ofrecer.
Esa transitoriedad tiene un sentido profundo. La casa de huéspedes de O Couso es un lugar para realizar procesos internos de transformación y de cambio. Hay algo allí que lo hace posible y que lo alienta. Nadie va a O Couso con la idea de pasar unos días de relax y desconectar (aunque también hay espacio para eso), sino para crecer personal y espiritualmente, gracias a las propuestas que hace el lugar y al encuentro con los otros.
La primera propuesta es la vida en comunidad. Cada día empieza con una serie de rutinas que realizamos todos juntos o en equipos. A primera hora, nos reunimos en la ermita para meditar en silencio, cada cual con su propia práctica, de la vertiente o credo que sea. Después vienen los cantos, de diversas tradiciones (nativa americana, cristiana, hinduista, budista…), que cualquier persona puede iniciar y el resto seguimos con voz e instrumentos. Luego hacemos algo de ejercicio: yoga, chi kung, estiramientos… Una persona se presenta voluntaria y dirige la actividad. Para terminar nos deseamos buenos días con unos buenos abrazos. Puedes no darlos e irte directamente a desayunar, pero se sienten tremendamente sanadores.
Después viene el desayuno. Pero antes de caer sobre la comida como lobos (después de hora y media despiertos hay pocos estómagos que no rugen), unimos las manos y agradecemos los alimentos. Ese pequeño y sencillo gesto, que forma parte de todas las tradiciones ancestrales y que las prisas han hecho que perdamos, nos conecta con el enorme regalo que es tener comida cada día en nuestra mesa.
Al acabar el desayuno hacemos el primer círculo de consciencia. En él cada persona comparte lo que quiere: cómo fue el día de ayer o la noche, cómo se siente, si está lidiando con algún proceso interno difícil, si tiene algo que agradecer… En círculo la escuchamos sin interrumpir y cuando acaba agradecemos su aportación sin hacer ningún otro comentario. Es un instante de entrega total a la escucha del otro, sin juicios y sin etiquetas, y que nos muestra una vez más lo mucho que nos parecemos todos en esencia.
Tras todo esto, se hace el reparto de tareas. Cada uno escoge voluntariamente dónde quiere contribuir, según lo que le apetezca, lo que se le dé bien o lo que quiera aprender. No se encasilla al que tiene buena mano para las plantas a cuidar siempre del huerto, sino que se incentiva que todos aprendamos todo y que lo hagamos con amor y consciencia, en soledad o en compañía, porque lo importante no es el resultado sino el efecto que el trabajo tiene en nosotros.
Otra cosa que nos pareció preciosa fue que entre las tareas siempre había alguna dedicada a la “belleza y armonía”, como embellecer la entrada de la finca, que es lo primero que ven los recién llegados. En muchos otros lugares (y en nuestra vida misma), la belleza está en los márgenes, solo nos entregamos a ella en los ratos libres (si los hay) y no la consideramos al mismo nivel que las tareas “productivas”.
En realidad, a mí (Marta) me gusta pensar que si tuviéramos todo resuelto, si no hubiera labores domésticas ni un mundo ahí fuera en crisis del que “ocuparse”, la humanidad nos dedicaríamos íntegramente a la belleza y el arte, recreándonos en nuestras invenciones. Así que, ¿por qué no hacerlo ahora, aunque sea apenas un rato al día? La belleza y la armonía están en nuestra esencia, nos alimentan profundamente, y se merecen la misma consideración que arreglar una puerta que no cierra bien o que fregar los platos.
Desde las diez hasta la hora de comer, trabajamos (o no, también uno puede cogerse el día libre si lo necesita), y después tenemos toda la tarde libre. Tardes que se llenan de actividades, paseos y conversaciones, o de tiempo para estar solo, pensar e interiorizar.
Estas rutinas y los círculos de consciencia tienen el efecto de abrir el corazón. Vivir en la ciudad, en un clima de competitividad y productividad máxima, consumismo desaforado e hiperestimulación hace que nos insensibilicemos, tratando de protegernos, y que lancemos fuera las culpas de todo. Nos desconectamos incluso de nosotros mismos.
Aquí, en cambio, podemos ser vulnerables porque el que vino antes de nosotros se atrevió a ser vulnerable. Podemos cantar porque nos sostienen las voces de los otros. Podemos atrevernos a ofrecer nuestros dones porque los demás también se atreven a dar y pedir libremente (igual que rechazar, si lo sienten así).
Porque uno de los pilares de O Couso es la economía del don. La economía del don es una manera de organizarnos en la que cada cual da libremente, sin esperar nada a cambio y sin expectativa de ningún resultado en concreto. Uno ofrece lo que quiere, lo que se le da bien, lo que hace con gusto, y los otros reciben, si así lo desean, el regalo o don.
«Deja lo que puedas, coge lo que necesites» es el lema que hay detrás de esto. Además de que cada cual ofrece y recibe libremente, tampoco se pide dinero por la estancia.
“El día en que la estancia en O Couso cueste 1€, O Couso dejará de ser O Couso”. El proyecto no funciona con un precio fijo: cada cual es libre de aportar lo que considere, en función de sus posibilidades y de su nivel de consciencia, o incluso de no aportar nada. La donación es anónima y nadie juzga a nadie por su contribución.
De hecho, algo que nos impactó mucho fue que hicieran tanto énfasis en el nivel de consciencia. Una persona que tiene 100,000€ en el banco y da 10€ está dando todo lo que su nivel de consciencia le permite dar y eso debe ser comprendido y respetado, no juzgado. Todos estamos en el mismo barco.
En el círculo de sabiduría de aquella semana hablamos precisamente de la economía del don.
El círculo de sabiduría es un espacio en el que cada persona ofrece al grupo sus conocimientos y también sus preguntas, deseos, inquietudes. No habla solo el que más sabe, sino cada persona, con lo que sea que tenga que aportar. Y si no tiene nada que aportar o ninguna pregunta, puede pasar el turno.
A menudo las conversaciones en grupos grandes tienden a ser acaparadas por dos o tres voces. En el círculo de sabiduría, todos teníamos la oportunidad de participar, en igualdad con los demás, y lo que surgía era un perfecto destilado de la sabiduría grupal. Fue una actividad muy enriquecedora para todos.
Para mí (Marta), fue un ejercicio de escucha profunda, porque sobre este tema he leído mucho y estoy en estos momentos realizando el curso online de Charles Eisenstein «Living in the Gift«, así que me venían decenas de ideas a la cabeza y tenía que seleccionar, resumir y soltar los pensamientos para prestar toda mi atención a la persona que estaba hablando en ese momento. Porque si solo presto atención a lo que ya sé y lo digo en voz alta, no aprendo nada nuevo, mientras que si escucho al otro mi perspectiva se amplía.
A mí (Andreu), me ayudó a practicar la escucha activa, dar tiempo y escuchar a la otra persona sin importar lo que diga. La escucha activa permite que la conversación llegue a niveles mucho más profundos que una conversación habitual. El problema que tuve (de novato) es que al no llevar una libreta para apuntar, se me olvidaban las cosas que hubiera contestado, pero eso también me ayudó a darme cuenta de que la mayoría de cosas que queremos decir o bien redirigen el tema o bien no aportan tanto a lo que está diciendo la persona.
Uno de los puntos que se comentaron en el círculo fue que la economía del don requería de todos nosotros responsabilidad y consciencia. Para que funcione necesitamos reducir nuestras necesidades falsas (deseos, dinero, lujos…) que nos inculca la sociedad consumista, y reconocer nuestras necesidades reales (conexión, intimidad, trabajo con sentido…). Si se intenta una economía del don sin tener consciencia y desde el egoísmo, acabamos con el famoso experimento del siglo pasado en el comunismo. El comunismo no funcionó porque se intentó por la fuerza lo que tiene que lograrse con responsabilidad, consciencia y corazón.
En O Couso procuran un espacio para poder experimentar en la economía del don, en la simplicidad voluntaria y en el servicio a los demás. Quizá lo que más diferencie a O Couso de otras ecoaldeas es que allí no simplemente vives, por el tiempo que sea, sino que formas parte de un «alma grupal» que persigue un único objetivo: ampliar nuestra consciencia.
Quizá sea lo más importante que podemos hacer en estos momentos. Vivir según nuestros propios valores, aunque choquen con los del sistema (especialmente si es así), porque si seguimos aceptando la historia que el capitalismo nos cuenta, estamos abocados al desastre. Es hora de crear la historia del mundo en el que querríamos vivir, o como el título del libro de Charles Eisenstein: «el mundo más bello que nuestro corazón sabe que es posible».
No es fácil, porque implica muchos cambios a nivel interno y externo, pero, como dijo Maite en el círculo de sabiduría: «Si no somos nosotros, ¿quién?, si no es ahora, ¿cuándo?» O Couso es el laboratorio donde experimentar cómo sería vivir según estos principios. Pero la experiencia no se puede quedar en el laboratorio, hay que testearla en el mundo «ahí fuera». Por eso la comunidad es tan transitoria: llegas, aprendes algo y te vas, para intentar integrarlo en tu vida diaria y en la sociedad.
Nos llamó la atención que muchos de los que hablaban en los círculos de consciencia de que estaban atravesando procesos difíciles, haciendo cambios internos, enfrentándose a sus demonios… Parece como si el espacio que se crea cuando todos habitamos allí bajo la premisa de crecer personal y espiritualmente sacara de dentro de cada uno cosas largo tiempo enterradas, para poder llevarlas a la luz y sanarlas.
En nuestro caso, cada uno lo vivió de una manera diferente.
En mi caso (Marta), me sentí profundamente conmovida por los cantos, los abrazos y los compartires, como si fueran algo que, sin saberlo, hubiera estado echando en falta mucho tiempo. También se despertó en mí el deseo de iniciar algún canto, al mismo tiempo que brotaba de nuevo el demonio del miedo a ser mirada y juzgada. Lo iba posponiendo, día tras día, con una u otra excusa, hasta que llegó el viernes y, después de acabadas las meditaciones diarias, me di cuenta de que el sábado no iba a tener otra oportunidad. El fin de semana se interrumpían las rutinas, eran días libres y cada cual hacía lo que quería. Aquello fue para mí una gran lección en aprovechar el momento y no dejar pasar las oportunidades. No era algo grande, objetivamente. No había dejado pasar la oportunidad de un gran viaje, una hermosa amistad o un nuevo trabajo, pero me recordaba que si dejaba algo para más adelante, paralizada por el miedo, quizá ese más adelante nunca llegase.
Para mí (Andreu) fue un lugar para detenerme y para empezar a escuchar esa vocecita que nunca me doy tiempo para escuchar. Las tardes libres sin nada que hacer eran un tiempo que te forzaba a escucharte y a estar contigo mismo, pero por otro lado, los visitantes como nosotros entraban y salían cada día y en solo una semana más de la mitad del grupo era diferente, lo que daba una sensación de que cada momento era único. Me viene la imagen de un río, que siempre está en el mismo sitio pero el agua siempre es diferente.
Querríamos despedir esta newsletter hablando de despedidas. En O Couso, cada vez que se va alguien, nos reunimos todos para cantar una canción. Así dicho suena muy cursi, pero lo que sucede es algo tan increíble que nadie quiere perderse las despedidas.
No debe de haber mucha gente a la que le gusten las despedidas. Muchos intentamos evitarlas, diciendo cosas que sabemos falsas («Ya nos veremos», y demás). Eso es porque no sabemos sostener la incertidumbre y la tristeza de ver a alguien partir, nos cuesta soltar.
La despedida al estilo O Couso nos hace sostener esa tristeza y alegrarnos de haber conocido al que se va, una persona con quien habremos pasado unos días o unas semanas y que ya sentimos tan cerca como un amigo de toda la vida. Quizá nos volvamos a ver o quizá no, eso no es lo importante. Celebramos el momento cantando «Mira la felicidad, está aquí y ahora. Nada que hacer ni a donde ir. Nunca más con prisas». Y cuando su coche se pierde de vista detrás de la ladera, retomamos la canción, más fuerte, con más palmas, y bailamos cogiéndonos de los brazos.
Así volvemos a nuestras tareas del día. Tristes y contentos, recordando vivir el presente intensamente.
Gracias por leernos,
Marta y Andreu
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«Mira la felicidad, está aquí y ahora. Nada que hacer ni a donde ir. Nunca más con prisas». Cuando dejamos de lado los objetivos y los propósitos, comienza la Vida. ! Pero que difícil es con la muralla de los hábitos….. Abrazo enorme